martes, enero 28, 2014

Renunciar a la esperanza

Hace mucho que abandone la esperanza de encontrar el grial. Ya sabéis: debemos amar a Dios porque Él es el único al que podemos amar por toda la eternidad. El amor que satisface toda necesidad, mitiga todo dolor, anima y estimula cuando llega el aburrimiento y es absoluto, sí, absoluto; el amor que nunca falla al margen de lo que hagamos o dejemos de hacer, lo que seamos o no logremos ser. Creo que todas dedicamos nuestra vida a la búsqueda de eso y, evidentemente, nunca lo encontramos. Aunque lo hallemos, como por ejemplo algunas madres que aman así, no es suficiente, no nos llena, resulta demasiado sofocante o exige una aceptación sumisa, no es lo bastante estimulante. Por eso seguimos buscando, nos sentimos descontentas, pensamos que el mundo o lo que prometía nos ha fallado o, peor aún, que nosotras hemos fallado. Y algunas descubrimos, sospecho que tarde, que no es posible. Y renunciamos a la esperanza. Cuando esto ocurre, nos encontramos en un lugar distinto del resto de personas; nos cuesta explicarlo, pero nos regimos por normas distintas. Nos conformamos y sentimos satisfechos más facilmente. El amor, cosa infrecuente, cuando se da, es un regalo maravilloso, un juguete, un milagro, pero no contamos con que en días futuros nos proteja cuando llueve y se estropea la máquina de escribir y de todas formas da lo mismo porque las palabras no nos salen, pero el artículo tiene que estar escrito y enviado el lunes o no habrá dinero para el alquiler del próximo mes.

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